jueves, 6 de marzo de 2014

CRÓNICA - Sol y Luna, las gigantes por alcanzar

Por: Liliany Chavarría Campos


Una mañana de sábado bañada de un calor abrazador, con intenso olor a protector solar, y bastante expectativa, un grupo de estudiantes ticos avanzamos hacia las Pirámides de Teotihuacán, admirando una flora que empaña todo el paisaje realmente seca, casi amarillenta.

Las pirámides se alzan al cielo como bestias gigantes, que recuerdan lo insignificante que somos, con esas gradas que ofrecen subir tan cerca del cielo y tan lejos del suelo, empezamos la subida con  algo de miedo,  con ganas de renunciar ante cada grada. La sed inundaba mi cuerpo, los rayos del sol penetraban mi piel haciendo deshidratarme con la altura, pero al volver abrir los ojos ves la cima de la  pirámides y eso te da las fuerzas de llegar a la meta.

Y solo tengo algo que decir: la vista es asombrosa; el aire fresco, revitalizaba mi cuerpo llenándolo de energía, vale la pena el dolor de piernas, que mis pulmones trabajen duro y mi corazón al máximo, todo esto es por la vista  maravillosa.

Luego de tres horas de un exhausto recorrido, era momento de terminar una de las experiencias que toda persona debería vivir al menos una vez y que no quede flotando solo en sueños. El viento abrasador, el suelo seco como desierto y un sol que no se cansaba de señalarnos con su calor fulminante, nos despedíamos de un lugar encerrado en que sus pobladores comerciantes continúan rodeados por las inmensas pirámides. Ofrecen tanto y tan insistentemente que pasa a ser como una señal inevitable: no podíamos despedirnos del lugar sin al menos comprar una gorra,  joyería, un tapete, una copia en miniatura del lugar o lo que fuera para que quedara por siempre sellada en nuestros más profundos recuerdos.


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